No puede extraerse conclusión más benévola tras la lectura de latribuna que publicó en El Mundo el pasado 2 de febrero tras la comparecencia programática del Ministro Wert.
Con el aire de superioridad moral que le caracteriza y se ahorra disimular, comienza con una autocita en la que se da la razón a sí mismo y va desgranando con aire cansino y condescendiente el programa someramente esbozado por el nuevo Ministro. Lo que no es una tontería es algo que el propio Marina lleva años proponiendo:
En una sociedad como la española, con una larga y nefasta tradición de enfrentamientos ideológicos sobre la Educación –no olvidemos que la discusión sobre el articulo 27 de la Constitución estuvo a punto de romper el consenso constitucional–, he insten tado mantenerme a salvo de las disputas de partido o de confesiones religiosas. Mi único interés es defender a mis alumnos reales o posibles.
Marina bien pudo estar por encima de disputas de partido o de confesiones, pero el caso es que se puso inmediatamente al frente de quienes impusieron lejos de todo consenso una asignatura obligatoria idónea para reemplazar la moral familiar por una moral de Estado. Tan por encima estaba que llegó a conminar desde las páginas de El Mundo a los Magistrados del Tribunal Supremo para que fallaran en contra de los padres objetores y en favor de la asignatura llegando a afirmar que
La educación pública tiene la responsabilidad de formar la conciencia ciudadana. No hay escuela neutral, porque no vivimos en una sociedad neutral.
afirmación que contradijo claramente el Tribunal Supremo en sus sentencias al establecer que estas
“no autorizan a la Administración educativa, ni a los centros docentes, ni los concretos profesores a imponer o inculcar, ni siquiera de manera indirecta, puntos de vista determinados sobre cuestiones morales que en la sociedad española son controvertidas“.“Ello es consecuencia del pluralismo, consagrado como valor superior de nuestro ordenamiento jurídico, y del deber de neutralidad ideológica del Estado, que prohíbe a éste incurrir en cualquier forma de proselitismo“Europa Press, 17 de febrero de 2009
Si no tenía Marina interés por imponer su concepto de Ética Común, tampoco debió moverse por motivos crematísticos dado que la introducción de Educación para la Ciudadanía le permitió no solo escribir uno de los manuales de la asignatura más utilizados, sino entretejer todo un tinglado de conferencias, contratos y hasta una Universidad de Padres desde cuyos foros me consta que se critica con acritud la decisión del nuevo ministro de modificar Educación para la Ciudadanía.
Demostrado su desinteresado juicio, pasa Marina a calificar la comparecencia del Ministro con estas palabras:
El martes, el ministro de Educación y Cultura presentó sus planes. Creo que fue precipitado, porque tenía muy poco que decir. El mundo educativo es extraordinariamente complejo, difícil de entender para un profano. (…) La precipitación en la presentación del programa ha quedado de relieve en los titulares de la prensa de ayer. Parece que el asunto transcendental de nuestra Educación fuera la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿A qué viene resucitar un debate absurdo, ideologizado, torpe y anacrónico?
Como siempre, la ley del embudo: una vez impuesta Educación para la Ciudadanía, generando una fractura social y un enfrentamiento sin precedentes en el mundo educativo, el debate queda superado y el gobierno entrante no tiene derecho a cuestionar una de las decisiones más controvertidas del ideario socialista. Pero Marina no tiene suficiente con desacreditar la medida anunciada por el ministro y prosigue:
Estaré encantado de que se suprima esa asignatura y se recuperen los cursos de Ética que había antes de la LOGSE. Y es necesario hacerlo, porque en algún momento tendrán que oír hablar nuestros alumnos de ética, es decir, de principios morales universales, y no confesionales o familiares. Pero da la impresión de que lo importante es volver a armar la gresca educativa, y olvidarnos de todo lo demás. Anunciar como gran iniciativa cambiar la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos por otra asignatura que se llame Educación Cívica y Constitucional me parece una broma. Pero no voy a seguir en este debate, porque lo importante está en otro lugar.
El beneficiado profesor parece desmentir sus propias palabras dedicándole tanto desprecio y tanta bilis a lo que califica de broma irrelevante. Ahora está encantado de que se suprima Educación para la Ciudadanía. Haberlo dicho antes. Eso sí: a cambio de no renunciar a su proyecto intelectual tan grato al totalitarismo: una ética de principios morales universales, y no confesionales o familiares. Una Ética de Estado -contraria a las sentencias del Supremo- pero tan querida por quienes pretenden sustituir la moral familiar y social por una dictada desde el Estado.
Una moral de Estado que muchos estamos empeñados en evitar porque, además de interferir en el derecho de las familias a educar a sus hijos en una pluralidad de visiones del mundo, opiniones y creencias, excede con mucho las competencias del Estado en un modelo democrático.
Estimado profesor: reconozca que su momento ha pasado.
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