LA CUESTIÓN del aborto estaba resuelta: atendiendo a razones de fechas con garantía médica. La religión no tiene nada que ver sino con quien la profese, y desde luego nada con la política. ¿No vemos mal los comportamientos yihadistas o algo más camuflados? ¿No hay una ley de seguridad? 14 semanas. ¿No hay píldoras? Desde el día siguiente. Pues ya está. No la toquemos más, que así es la rosa. Ahora nos viene un nuevo ministro de Justicia, destacado por su entusiasmo familiar, a confundir el sexo con las témporas. Una mujer no lo es mejor por tener más hijos o no tener ninguno. Como le pasa al hombre. Ya somos bastantes más de los que cabemos en este perro mundo: superamos los 7.000 millones. El asunto del aborto está claro: depende de la voluntad de la embarazada (sea por amor o por descuido: eso es cosa privada). Ahí están las posibilidades de salir del paso menos traumáticas. Y la absoluta libertad de conciencia. Quien no lo vea así, que se atenga a su fe; a los demás que nos dejen en paz. Cada mujer puede hacer con su vientre lo que le dé la gana. Y si es menor, que la eduquen los padres y los maestros: para eso están; los curas, mucho menos... Joder con el aborto: ¡qué latazo!
Supongamos que queremos ir hasta Andrómeda, la vecina más próxima a nuestra galaxia, la Vía Láctea. Andrómeda se encuentra a dos millones de años luz de distancia de nosotros, lo cual significa que incluso si pudiéramos viajar a la velocidad de la luz (300.000 km./s), cosa que no podemos hacer, tardaríamos dos millones de años en llegar.
Sin embargo, la Física nos brinda otro modo (por lo menos en teoría) de alcanzar nuestro objetivo. Y ese modo no es otro que meternos de cabeza en un agujero negro, un lugar donde el espacio y el tiempo se deforman hasta lo inverosímil, para salir después por el otro extremo y emerger de un agujero blanco justo en el destino elegido.
Ahora, gracias a los esfuerzos de Hamilton (y aunque tal viaje no es posible con los medios actuales), podemos hacernos una idea bastante precisa de lo que veríamos si realmente pudiéramos atravesar uno de esos túneles espaciotemporales. Por supuesto, si nos zambulléramos de pie en un agujero negro de verdad nuestro cuerpo empezaría a estirarse como un espagueti, ya que la enorme gravedad tiraría de nuestros pies mucho más fuerte que de nuestra cabeza. Y eso si antes no quedamos vaporizados por los "chorros" energéticos que emanan del agujero. Pero Hamilton, en su visualización, da por hecho que el "viajero" está dotado de superpoderes y que sobrevivirá tranquilamente a la experiencia.
La imagen de todo el Universo
Lo primero que hay que hacer, pues, es dejarse atrapar por el agujero negro. La gravedad nos atraerá hacia él sin remedio hasta hacernos cruzar el horizonte de sucesos, el punto de no retorno y a partir del cual nada, ni siquiera la luz, puede dar marcha atrás.
Pero vayamos por partes. Primero atravesaríamos el horizonte exterior del agujero, donde la realidad nos sería aún bastante familiar, y seguiríamos en caída libre hacia el horizonte interno. Es allí donde las cosas empezarían a parecer realmente extrañas. Lo primero que veríamos sería un estallido luminoso procedente del mundo exterior. Una luz infinitamente energética y que contendría una imagen de la historia completa de todo el Universo.
Al ir acercándonos a la "salida", entraríamos en un "agujero de gusano", un lugar donde el flujo del espacio se invierte, y sentiríamos cómo empezamos a acelerar de nuevo, aunque esta vez hacia fuera. El agujero de gusano termina justo en la entrada de un "agujero blanco", que es una versión invertida de un agujero negro. Aquí, el espacio "cae" hacia fuera en lugar de hacia dentro, y a una velocidad aparente mucho mayor que la de la luz. Es el momento en que se produce otro destello de radiación, un flash luminoso que esta vez contiene la imagen de todo el futuro del Universo.
A medida que nos movemos a través del agujero blanco nos vamos aproximando a su horizonte exterior. Cuando lo alcanzamos se produce un tercer destello, pero esta vez lo que aparece es un nuevo universo, en una imagen que contiene la totalidad de su pasado. Si miramos a través del agujero blanco del que acabamos de salir podremos ver la imagen del antiguo universo.
En otras palabras, en nuestro viaje habríamos roto dos barreras: la del espacio y la del tiempo. Por eso, a nuestra espalda podríamos ver aún el Universo original del que procedemos. Y delante, un universo nuevo, réplica del anterior pero con nosotros en Andrómeda, a dos millones de años luz de nuestro punto de partida..