martes, 27 de marzo de 2012

El síndrome de la madrastra de Blancanieves

16/03/2012
El síndrome de la madrastra de Blancanieves

Alicia V. Rubio Calle

Cuando la madrastra de Blancanieves escuchó, por boca de su espejo mágico, que ya no era la más bella de todas las mujeres, decidió matar a su contrincante, sin hacer ningún intento por recuperar el título.

En resumen, la malvada madrastra decidió que «muerto el perro, se acabó la rabia». En ese país de fantasía debían tener refranes parecidos a los españoles.
Viene esto a cuento del afán que muchos sectores de la izquierda tienen por laeliminación de la enseñanza concertada. Se ponen nerviosísimos cuando se enteran de que abren colegios concertados sin pensar que, si se abren, es porque tienen demanda y que los poderes públicos, si aparcan sectarismos irracionales, están encantados de que los ciudadanos se encuentren satisfechos haciendo uso de unas plazas escolares que salen más baratas y por tanto más rentables para el erario público. Dan a la gente lo que quiere y encima, por menos dinero.
En lugar de preguntarse qué hace a la enseñanza concertada más interesante para los padres, la solución inmediata es que no se abran colegios concertados, sólo públicos: todos  lentejas, las quieran o no. Y como objetivo último, la solución final, la que resuelve el problema que a ellos (no a los demás) les preocupa: la eliminación de la concertada. «Ya que la pública no es la más guapa, eliminamos a la que nos hace sombra y arreglado», se dicen sin mayores análisis: son víctimas del poco conocido pero peligroso«síndrome de la madrastra de Blancanieves».
Sobre la posibilidad de preguntar qué hace más interesante la concertada a los padres, tengo constancia de que muchos de los más activos detractores de la concertada y defensores de la pública (conocidos personales y personajes públicos) tienen a sus hijos en colegios concertados y podrían darnos su interesante punto de vista. De hecho, cuando oigo clamar a estos felices incoherentes por el cierre de los odiados colegios de sus hijos, me pregunto si ya tendrán pensado el centro público al que van a solicitar plaza en caso de que sus exigencias se vean cumplidas. Entre ustedes y yo, he llegado a la conclusión de que, como saben que no es viable y que en el mejor de los casos llevaría muchos años, calculan que para ese entonces sus niños estarán en la universidad. Y los que vengan detrás, que arreen.
Soy profesora en la enseñanza pública, mis hijos estudian en centros públicos y coherentemente soy defensora de la pública. Sin embargo, no quiero que desaparezca la concertada, matar a la que es más guapa: quiero fijarme en lo que hace, en sus recursos de belleza, aprender y ser mejor que ella. La lucha por la enseñanza pública no debe enfocarse desde la desaparición del adversario. Hay que conseguir una enseñanza pública de calidad, que invite a los padres a decantarse por ella para sus hijos, que la valoren como una opción deseable por una mejor capacidad de preparación intelectual a los alumnos, por la implicación de los docentes, por la seriedad y rigurosidad en el cumplimento de su trabajo por parte de los trabajadores, por la atención a los padres, por la pulcritud y neutralidad ideológica de cara a los alumnos…
Pues sí, los defensores de la enseñanza pública, con más recursos económicos, con un profesorado más preparado que accede a través de oposición, quieren matar a Blancanieves sin aprender nada. Yo sí quiero aprender, no quiero matar a quien me supera, sino vencerle en buena lid.
Sin embargo, a veces pienso que el problema del cuento no reside en que Blancanieves fuera más guapa, sino en que tenía juventud y bondad, dos cualidades difíciles de imitar para la madrastra envidiosa y madura… que la enseñanza concertada tiene fe en lo que hace, espíritu de superación e ideales, cosas que la enseñanza pública, con parte de su cuerpo envejecido y lleno de prejuicios y recetas de magia fallidas, tiene difícil epatar. Y poco a poco, quienes quieren hacer algo por la pública, los que tienen fe en su belleza, quieren superarse y tienen ideales, se van ahogando entre prejuicios y recetas de magia fallidas.
Mucho me temo que, aunque matemos a Blancanieves, el verdadero problema no se va a resolver, porque no es ese.

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