anna grau
Día 15/05/2011
Si en España hay algo de lo que se responsabilice más a Estados Unidos que de la muerte de Carrero Blanco, de la radiactividad en las costas de Almería o de la Marcha Verde del Sáhara, es del 23-F. Si hiciéramos una encuesta es fácil que nos diera que dos de cada tres españoles sospechan o han sospechado de alguna implicación norteamericana en aquella intentona golpista.
ABC El secretario de Estado, Alexandre Haig, visita a Calvo Sotelo semanas después del golpe |
Uno de los que más han contribuido a extender la sospecha de un 23-F made in USA es el entonces secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig. La misma noche del golpe, la prensa le preguntó qué pensaba y él declaró que aquello no pasaba de ser «un asunto interno español». Aunque Haig acabaría rectificando y congratulándose del «triunfo de la democracia» en España, su comentario de primera hora contrasta de forma sangrante con otras reacciones internacionales. Por ejemplo, con la de la primera ministra británica Margaret Thatcher, quien desde el primer minuto calificó la intentona golpista de «acto terrorista», exigiendo que los sublevados volvieran al redil y España a la normalidad.
Las palabras de Haig escandalizaron y ofendieron a casi todo el mundo. Tanto como el hecho de que el presidente Ronald Reagan no encontrara un momento para llamar al Rey e interesarse por el golpe hasta bien entrada la mañana del 24 de febrero, cuando ya los guardias civiles salían derrotados y cabizbajos del Congreso ....
Todo habría empezado a finales de 1980, con el supuesto espionaje de las conversaciones de Don Juan Carlos en el Palacio Real con un telescopio plantado en el domicilio particular del entonces número dos de la CIA en España, Vincent Shield, que vivía en la plaza de Oriente. Al llegar este soplo a oídos del CESID se desata un operativo de contravigilancia mítico: la Operación Míster. Su leyenda mantiene divididos aún a día de hoy a los más afamados especialistas en servicios secretos españoles ....
No es técnicamente imposible que la CIA espiara al Rey. Pero tampoco tenían mucha necesidad de hacerlo. ... Si Estados Unidos quería saber qué pensaba el Rey de España de lo que fuera, incluida la eventualidad de un golpe de Estado, era mucho más sencillo preguntárselo directamente que espiarle. Y parece que en 1980 sí hubo conversaciones sobre este tema entre don Juan Carlos y el embajador norteamericano. No consta que en ellas trasluciera otra cosa que la inquietud del Monarca ante un peligro que por aquel entonces inquietaba a muchos, y para cuya detección no hacían falta redes de espionaje particularmente tupidas. ...
Y así llegamos hasta la tarde del 23 de febrero de 1981, cuando en el hemiciclo del Congreso se desata el famoso «asunto interno español» que tanto trabajo va a dar al embajador norteamericano de la época, Terence Todman, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, de raza negra, que anteriormente había ocupado las embajadas de su país en Chad, Guinea y Costa Rica. … Si a Reagan y a Haig se les acusará de una equívoca pasividad frente al golpe, de Todman se dirá que llegó a promoverlo activamente. Sectores de la izquierda española verán en esto la continuidad de una supuesta labor indesmayable de este embajador a favor de todas las dictaduras militares y fascistas de la América Latina.
Ofensiva de inteligencia
Pero de acuerdo con los documentos desclasificados por el gobierno de EE.UU. que obran en nuestro poder, los primeros indicios que la embajada americana tiene de que el golpe está en marcha le llegan por la radio y por testimonios oculares. ... El mismo personal de la embajada se acerque a la Carrera de San Jerónimo a echar un vistazo. Los estadounidenses se lanzan a una titánica labor de recogida de información que no sólo no se interrumpe sino que se incrementa tras el fracaso del golpe de Estado. Estados Unidos se da cuenta de que ha pasado algo muy gordo y trata de calibrar las posibles consecuencias. La ofensiva diplomática y de inteligencia para tratar de enterarse de cómo queda España después del 23-F les lleva a activar a todos sus informantes, chivatos y confidentes de extremo a extremo del espectro político. Lo cual les depara a ellos en ese momento, y nos lega a nosotros treinta años después, un retrato de la España pos 23-F que no siempre ni necesariamente coincide con el idealizado recuerdo oficial.
Por ejemplo, el cónsul americano en Barcelona se descuelga con un primer análisis en el que infiere que el 23-F beneficia a los catalanes en general y a su entonces presidente, Jordi Pujol, en particular. ¿Por qué piensa eso el señor cónsul? Pues porque según él, Cataluña, «siempre más a la izquierda que el resto de España», va a ver en esta crisis una oportunidad de purgar al ejército y a las fuerzas de seguridad del Estado de sus elementos más derechistas y antidemocráticos ....
Sondeo a los comunistas
En subsiguientes análisis, el embajador Todman insiste en que el 23-F es una prueba de fuego que la democracia española ha pasado con nota. «El sistema funciona», escribe, y añade que varios líderes en las Cortes reaccionaron «con el tradicional valor español»; los subsecretarios mantuvieron el gobierno en funcionamiento en ausencia de sus ministros cautivos; don Juan Carlos volvió a demostrar que es «el hombre imprescindible», un «héroe» y «todo un rey». ... Todman, quien con todas sus loas al sistema democrático español no excluye que haya otro golpe de Estado «a otra escala», despacha oficiales de la embajada a sondear los ánimos de los comunistas. Su interlocutor será Manuel Azcárate, secretario de política internacional del comité central del PCE y eurocomunista convencido. Pero Azcárate era todavía un miembro de la maltrecha ortodoxia comunista española cuando en 1981 se sentó a hablar con los americanos. Y a discutir con ellos, entre otros asuntos, la posibilidad de que la fallida intentona golpista sirviera al PCE de balón de oxígeno frente a la intransigencia prosoviética de los comunistas catalanes del PSUC. Tan moderado era Azcárate que no dudó en deshacerse en elogios hacia el papel desempeñado por el rey ....
Sigue la ronda de preguntas .... Los norteamericanos asisten atónitos a un temperamental debate interno en UCD en el que los democristianos blanden oscuras amenazas de excomunión y de «tanques rodando por las calles», algo a lo que los socialdemócratas contestan, sarcásticos, que están preparados y dispuestos a enfrentarse al asalto del Congreso por «tres obispos, seis archidiáconos, dos deanes y más de sesenta sacristanes, todos armados con los últimos modelos de crucifijos, aspersores y casullas». Lo que más asombra a los observadores de Estados Unidos es que este nivel de enfrentamiento entre correligionarios pueda darse después de escapar por los pelos de un golpe de Estado ....
Con todo, nada inflama tanto la urticaria golpista como el proceso autonómico. Los informantes de los americanos en el seno de UCD confirman que andan en tratos con los nacionalistas para tratar de ralentizar el proceso. Parece que los catalanes se muestran más comprensivos y receptivos que los vascos ....
Por supuesto, la embajada también ha enviado ojeadores al PSOE. ... Lo más interesante que dicen, concretamente Luis Solana, es que de ninguna manera hay que entrar en la OTAN, ahora menos que nunca. ... La Historia ciertamente demuestra que se dieron la vuelta como un calcetín, antes incluso de lo que parece. El PSOE de Felipe González trató infatigablemente —e infructuosamente— de persuadir a Calvo Sotelo de formar un gobierno de coalición. Pensando que así allanaban el camino, empezaron a silenciar sus críticas contra la OTAN, hasta el punto de que los americanos concluyen, sagaces, que llegado el momento los socialistas «tragarán» con la pertenencia española al Tratado del Atlántico Norte «sin protestar demasiado». Sin duda ha sido uno de sus análisis más certeros.
Corre ya el 9 de diciembre de 1981 cuando el embajador Todman vuelve a sentarse a comer con un interlocutor de altura, el ex presidente Adolfo Suárez. En esa comida, que va a durar dos horas, habrá tiempo de hablar de todo ....
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