martes, 17 de mayo de 2011

¿Y SI NO FUERAMOS A VOTAR?

Estos días la plataforma “Democracia Real Ya” ha conseguido congregar a cierto número de personas que bajo el lema de “No somos mercancía de políticos y banqueros. No les votes“, han salido indignados a la calle para demostrar el hartazgo que soportan. Los que llevamos tiempo observando la evolución de la crisis, miramos con asombro como la paz social no se quebranta, aún a pesar de que los datos alarmantes de paro, morosidad, quiebra de empresas y familias y desahucio de hogares enteros están al orden del día, aumentan cada vez más. Mientras que los países árabes reaccionan ante situaciones inaguantables, aquí parece que andamos tan atónitos que esa perplejidad nos inmoviliza y nos aquieta, intentando ver en la esperanza y el futuro cheques de cambio con valor real. Aquí preferimos dejar nuestros coches en casa porque no podemos asumir el coste elevado de la subida del petróleo, dejando de viajar porque además el transporte público, especialmente el tren, se ha vuelto elitista e inaccesible con precios imposibles, antes que protestar por la incontrolada subida. No nos quejamos. Seguimos aguantando los envites a pesar de todo.

Para muchos antropólogos, el ser humano carece de instintos. Más bien disponemos de reflejos de los mismos que se interpolan en nuestra materia psíquica. O como dicen las teorías freudianas, no tenemos instintos, pero sí pulsiones. Pero en esta crisis, el ciudadano medio español ha demostrado carecer incluso de reflejos y pulsiones. Su pasividad, tanto en la vida pública como en la privada, ha sido manejada con cierto alivio por las capas de poder, administrando cada noticia negativa de forma prudente para no despertar ningún tipo de entusiasmo anómalo.

Es evidente que existe, sin estar del todo desencantados de la Política en mayúsculas, esa que pretende organizar y trabajar de forma armónica por el ciudadano y la sociedad, sí cierto asqueo por la política en minúsculas, esa que da rienda suelta a los más bajos instintos primarios, o en su defecto, a sus reflejos y pulsiones. El beneficio de la sociedad ha sido obviado en demasiadas ocasiones. Lo que ha primado, y esta crisis ha evidenciado, es que el político medio se ha apoderado del instinto gregario, acuñando territorios, o del instinto de supremacía, apelando al estatus que la casta política asume para sí. Su único interés ha sido llegar a lo más alto para luego mantenerse el más tiempo posible. Ese ha sido el interés político de los últimos treinta años.

Desde que en la época de la transición cruzáramos de una a otra orilla en pro de la democracia y la libertad, en el camino se han quedado ideales que han encasquillado un proceso hasta el punto de anquilosar y mancillar todo lo conquistado. Hemos creado un auténtico Leviatán al que cada día le nacen más cabezas. Un exceso de estructuras que se multiplican entre diputaciones, gobiernos autonómicos, senados inútiles y demás organismos que alimentan una y otra vez los favores, la endogamia política y los excesos de poder. Tenemos un problema político de primer orden, no por la ineficacia a la hora de gestionar verdaderas crisis, que también, sino porque esta crisis ha puesto al descubierto todo lo que se cuece en el caldero de nuestra política nacional.

Y mientras que unos y otros luchan hasta la saciedad por mantener el sillón, mangoneando las ideologías, apoderándose de sus principios y premisas y permitiendo atrocidades en nombre de cualquier sistema, los demás, los sufrientes ciudadanos, o en nuestro caso más concreto, los sufrientes súbditos de este virreinato arcaico y caduco, asumimos el coste de todo lo que ocurre.

La crisis económica ha evidenciado que el Sistema, tal y como está construido, es deficitario, está caduco y necesita una revisión profunda. La clase política está sobredimensionada, las estructuras y el Estado han engordado en exceso. Hay excesivas instituciones multiplicadas, exceso de puestos de confianza que no aportan nada, exceso de gobiernos múltiples, de delegados múltiples, de personas cuya profesión no es otra que la política, desproporción de privilegios insoportables para cualquier moral social.

Esta crisis ha puesto en tela de juicio a nuestra economía, nuestros valores y nuestros modelos de desarrollo y convivencia, pero sobre todo, a nuestra clase política. ¿Qué hacer? ¿Cómo demostrar a lo político que el verdadero poder recae en los ciudadanos? Quizás, y tal y como se escuchaba estos días en la calle, deberíamos ejercer nuestro poder de forma clara y concisa. ¿Y si en las próximas elecciones no fuéramos a votar? ¿Y si nos quedáramos todos en casa y obligáramos a la casta política a revisar todo el modelo? ¿Y si esa pasividad demostrada en estos años también la ejercemos el día 22? Sea como sea, la paz social, que también podría traducirse como madurez social si fuera realmente eso lo que corre por nuestras venas, debe empezar a demostrar que las riendas de su destino se ejercita aplicando todo aquello que sea necesario para ejercer el cambio. Y ese cambio, en nuestro interior, se está pidiendo a gritos.

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